Nunca había oído hablar de las Islas Malvinas antes de volar a Buenos Aires por primera vez en en 1982. Cuando volvimos a Gatwick diez días después, ya sabía exactamente donde estaban. Nadie podía culparme por no conocer este archipiélago, que después acapararía los titulares durante muchos meses.
Después de todo, fue un viaje único en la vida. Antes del Gran Premio de Argentina, prueba inaugural del Mundial de 82, pudimos realizar una ruta de 1000 millas por los Andes y la frontera con Chile en varias con tres Honda RS500. Cuando llegamos a Mendoza, pudimos leer un titular en torno a las Malvinas, pero nada más.
Freddie Spencer debutaba con la Honda de dos tiempos y tres cilindros. Se esperaba una dura batalla entre el joven americano y los experimentados Barry Sheene y Kenny Roberts. El propio Sheene me dejó el coche para ir a sacar unas fotos del aeropuerto, pero no me di cuenta de la presencia de un avión militar. Lo estábamos pasando tan bien que no nos dábamos cuenta de lo que estaba pasando hasta que nos encontramos en la mitad de una manifestación: miles de mujeres reclamaban el paradero de sus hijos. Excepto por la protesta, Buenos Aires parecía radiante: deliciosos restaurantes, ambiente nocturno…
Graeme Crosby, piloto neozelandés que acababa de firmar por el equipo oficial de Yamaha que dirigía Giacomo Agostini, debutaba también en tierras argentinas. Me lo encontré en la mitad de la carretera con la rodilla sangrando de camino al circuito, un par de horas antes de debutar con Yamaha. Llegó a tiempo y pudo completar su debut. Al final, Roberts batió a Sheene en la lucha por la victoria por 0.67 segundos con Spencer tercero.
Volvimos con prisas al aeropuerto y, sin saberlo, cogimos uno de los últimos vuelos que salieron para Inglaterra desde Argentina en muchos años. En la llegada a Gatwick, nos cambió la perspectiva del fin de semana al leer las noticias sobre las Islas Malvinas.